jueves, 5 de marzo de 2009

Dicoto-mías


Hoy
necesitamos escribir. Sí, eso dije: "necesitamos". Yo y -al menos- mi otra yo, así lo sentimos.

La que sueña con tener una
casa de rejas blancas (imagen-concepto robado a Adriana, gran poeta y aún mejor amiga, ligado indisolublemente a otros conceptos: matrimonio, marido bien rasurado, hijos de calendario Gerber que juegan con perros que huelen siempre bien). Y la que anhela habitar una casa en un pueblito, en algún rincón de la maravillosa y extensa costa venezolana, con las olas rompiendo atrasito como recordatorio inequívoco de la propia condición de vivo, suficientes chinchorros pa'los amigos y matas bien verdes con las que conversar en la madrugada.

Pero entiendo que esto no es más que un escape oportuno o una disculpa elegante... las dicotomías son demasiado simples y, en esa misma medida, falsas; para bien o para mal -para mayor enredo, en cualquier caso-
soy ambas. Amo la idea de "EL CAMBIO", ése grande, estructural, generacional; pero odio los cambios, esos cotidianos y antipáticos. Soy tradicional, cómoda y cuadriculada... y no me siento orgullosa de ello.

En un ataque de valentía, hace algún tiempo, escogí un camino sembrado de incertidumbres lejos de todo lo conocido. Tal vez creí que sería el único salto a ciegas que habría de dar. Huelga decir que no ha sido así. Ayer me avisaron que debo mudarme de nuevo (por cuarta vez en poco menos de cinco años) y la verdad es que siempre creí que no quería estar aquí, pero hoy descubro que odio más la idea de la mudanza y su constelación de pequeños dramas: apreciar cuánto crecen mis pertenencias (
cuánta mierda innecesaria tengo), devolver las cosas prestadas (y volver a ver a quien las dejó), clasificar los recuerdos por cajas con etiquetas, explicarle a mis matas que no se asusten, que estaremos bien... y convencer a algún perfecto desconocido de que no por joven soy un desastre, al menos en los términos convencionales (estados de cuenta, notas de la universidad y cartas de referencia de por medio).

Sé que algún matiz de la paleta que soy se sentirá aliviada del peso de la costumbre que empezaba a instalarse, encontrando señales inequívocas de buenos augurios y el empujoncito necesario para emprender nuevos rumbos, y guiñándole el ojo al futuro que ha de ser mejor porque lo elegí, sea consciente de ello o no -
el azar selectivo, según Borges-.

Pero no hoy. Hoy la idea de la mudanza es triste porque, una vez más, coincide con la salida de alguien de mi vida y el fin de una etapa. Ahora tiene sentido, tal vez sigo odiando el apartamento pero amé estos meses de vida compartida que me susurran las paredes. Suficiente catarsis.

Este tubérculo desterrado necesita también llorar un poco y dormir.

Mañana será otro día.
Espero.

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