miércoles, 22 de abril de 2009

Escribir para no llorar

Hay oportunidades que caen como mierda de pájaro, del cielo. Hay palabras que viajan menos y te las sueltan de una, en tu cara. Entre ayer y hoy he tenido suficiente.


De ambas.


Mi tan adulada capacidad conciliadora se vuelve realmente problemática cuando intento tomar una decisión porque entonces se convierte en un cónclave y cuando me canso, o cuando les tomo la palabra y decido lo que quiero, el humo gris sale acompañado de todo tipo de compromisos frustrantes o –en el mejor de los casos– de expectativas insatisfechas.


Estoy arrecha.


Perdonen los que no sean venezolanos y la palabra les resulte muy fuerte. Pero es que molesta me suena a que los zapatos te lastimen los pies y mi estado emocional actual va más allá. Intentando describirlo recuerdo que en una clase que tenía un título absurdo como “relaciones interpersonales” o “inteligencia emocional” o algo parecido aprendí –no sin sorpresa– un cuadrito tremendamente esclarecedor que anexo a continuación:


PENSAMIENTO – EMOCIÓN – CONDUCTA

Amenaza ó daño – Angustia ó miedo – Ansiedad

Pérdida – Tristeza – Depresión

Injusticia – Ira ó rabia – Agresividad


Resulta que los individuos percibimos la realidad (con minúscula en tanto no hay una sola, objetiva e inmutable) a través de nuestros sentidos y dependiendo de la información de la que dispongamos. Es decir, que realmente no hacemos tal cosa como aprehender LA realidad sino que hacemos una evaluación de ésta y la convertimos en una realidad absolutamente personal. Y la mayoría de los mortales, entre los que me encuentro (lo digo sin orgullo esta vez), sólo somos capaces de conocer qué evaluación hicimos de la realidad a través de la emoción que nos genera. Así pues, según mi ilustre profesora psicóloga, hay 3 emociones disfuncionales que debemos reconocer: angustia, tristeza o ira.


Yo estoy arrecha = yo siento ira.


La emoción que vivenciamos depende del pensamiento que subyace a nuestra evaluación de la realidad.


Yo estoy arrecha = yo siento ira = yo percibo la realidad como injusta.


Debo decir que por mucho que me jacte de despreciar las simplificaciones, esta vez el cuadrito que explica la totalidad de las emociones disfuncionales humanas en 3 renglones escuetos, funcionó.


Estoy arrecha porque es injusto.


Es injusto que la críen a una diciéndole que hay que actuar a conciencia y siguiendo los sueños y pretendan luego que tome decisiones racionales. Se me acaba de ocurrir que esa racionalidad (y tal vez todas las racionalidades) aluden al concepto de racionalidad económica: ¿qué es lo más rentable? Pero no quiero desviarme. Sigo. Es injusto que la mayoría de los estantes de las librerías estén llenos de Paulo Coehlo y preguntas como “¿Quién se ha llevado mi queso?” si realmente nadie está dispuesto a perdonar que una arriesgue algo tan casual como una oferta que hasta hace 24 hrs no existía. Es injusto que se laven las manos de toda futura responsabilidad diciendo “haz lo que quieras” si una bien sabe qué es lo que quieren que hagas y cuánto pesa. Si hablara en cristiano, Foucault diría que el silencio es una manera de hablar mucho sobre algo. Es injusto que crezcamos en la era de la globalización pero sólo podamos tener expectativas locales. Es injusto que se evite que aprendamos a decidir desde lo pequeño y luego nos incorporemos tomando grandes decisiones. Es injusto que aplaudan tu capacidad crítica y luego se burlen de tener la osadía de pensar si quieres o no adoptar tal o cual estilo de vida.


Seré una enredada sin remedio, una neurótica divina, una loca controladora, una soberbia sin par, una egoísta en grado superlativo, una vividora desconsiderada… llámenlo como quieran, pero yo reivindico el derecho de pensar y pensarme, de evaluar cada opción que se me ocurra (si hay una es imposible hacer tal cosa como optar), de resistirme a abrir puertas atractivas, de cruzar caminos que no están de moda, de temer a lo seguro, de desconfiar de lo que suena muy bueno para ser real, de soñar destinos más lejanos de lo que mi bolsillo (y el de mis papás, debo decirlo) pueden pagar.


Tengo 21 años. Todos los plazos me parecen largos, todos los compromisos demasiado pesados. Alguien me decía ayer que a esa edad uno no quiere casarse con nadie. Es cierto. Tengo 21 años y no quiero casarme con nadie ni con nada. Siendo sincera he de decir que no sé si algún día quiera hacerlo, pero entonces buscaré alguna otra excusa si aún necesitara alguna.


La verdad es que ya soy mucho de lo que no quería ser, y me niego a ser más. Ojalá el cuadro no se equivoque y tenga al menos la agresividad necesaria para mantener la inercia. No sé explicarlo, pero aún no llega lo que espero.


El que tenga una canción tendrá tormenta
El que tenga compañía, soledad.
El que siga un buen camino tendrá sillas
Peligrosas que lo inviten a parar.
Pero vale la canción buena tormenta
Y la compañía vale soledad
Siempre vale la agonía de la prisa
Aunque se llene de sillas la verdad.

Silvio Rodríguez.

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